Casi sin terreno llano, la ruta discurre
por un paisaje marcado por los fuertes contrastes
que ofrece. La orografía y el sustrato calizo juegan
un papel determinante para el asentamiento de
distintas comunidades vegetales, que van sucedién-
dose en las laderas tanto en función de la altitud,
como de la orientación: al norte, los incipientes
hayedos que poblarán la Cordillera Cantábrica; al
sur, encinares que indican su tendencia mediterrá-
nea.
Sobre todo en otoño, cuando las hojas del
haya “tornean”, cubriendo el bosque de mil colores
y los robledales comienzan a cambiar sus tonos por
ocres, sólo las encinas se mantienen verdes, impa-
sibles, sobre el gris ceniciento de la caliza.
En el fondo del barranco, el arroyo del
Villar serpentea, ajeno a los cambios de su entor-
no.