“Para el dolor de tripas, manzanilla; para sacar las espinas, linaza; para la tos,
sanguinaria; para las verrugas, celedonia; con agayas de roble, una pomada antisépti-
ca....”. Ya sólo la abuela recuerda todo lo que podían sanar las plantas.
Siempre fue tradición en la comarca, la recolección de plantas silvestres para
distintos usos, actividad que se incrementó cuando algunos montañeses, que comple-
mentaban su precaria economía familiar con la arriería, acudían a ferias y mercados en
toda Castilla a vender o intercambiar las plantas que habían recogido y procesado.
Especialmente abundantes en ambientes mediterráneos, tomillo, romero,
salvia, orégano... y otras muchas aromáticas, siguen recolectándose tanto con fines
culinarios como medicinales. Antes, se empleaban para hombres y animales, existiendo
multitud de remedios caseros que, cuanto menos, aliviaban los síntomas de enfermeda-
des que rara vez trataba un médico.
Pero no sólo sanaban. Permitían también conservar, adobar, curtir, teñir, dar olor y
multitud de usos más, en función de la habilidad del artesano que las manipulara. Y no
todo el mundo sabía hacerlo. Siempre había en el pueblo alguien, especialmente dotado,
a quien todos consultaban.
El abandono de la agricultura, de la ganadería y de las formas de vida tradicio-
nales, ha relegado estos usos casi al olvido, persistiendo sólo en la memeria de algunos
viejos.