En un mundo eminentemente atlántico, sorprende la aparición
de comunidades mediterráneas como los encinares. En estas
latitudes, se asientan siempre en orientaciones meridionales,
sobre suelos calcáreos, aprovechando las condiciones térmicas
de la caliza .
Las encinas ocupan la parte más alta de laderas pendientes,
con el suelo poco desarrollado. Forman un bosque claro, en el
que sólo algunas matas son compactas. Su aspecto redondea-
do, de un verde apagado, las hace inconfundibles, contrastando en el paisaje con el gris
ceniciento de la caliza.
En estos bosques que se encuentran fuera de su área de distribución, la encina
suele crecer acompañada en el sotobosque por algunas plantas aromáticas características.
Aprovechando estas condiciones de termicidad, la fauna muestra también una
cierta influencia mediterránea. Lagartos y lagartijas se calientan al sol para mantenerse
activos; el lirón careto aprovecha los troncos retorcidos para resguardarse; pero sobre todo
son abundantes los insectos, saltamontes con vistosas alas azules, chinches de campo de
curiosos diseños o chicharras, que no dejan de frotar sus patas en los calurosos días del
verano produciendo un singular sonido.
La madera de encina, dura, resistente y muy calorífica fue empleada en la arqui-
tectura tradicional, pero sobre todo como combustible. Las bellotas sirvieron como comple-
mento a la alimentación del ganado y, en épocas de escasez, también para las personas.