Penumbra y humedad, fuertes sensaciones que se
acrecientan con el olor a suelo mojado, a hojarasca,
un olor inconfundible... Un enorme contraste con los
ambientes que la ruta va recorriendo. Sensaciones
q u e
conducen al mundo encantado del Faedo.
Se trata de
un hayedo petrano, asentado sobre un suelo poco desa-
rrollado en el
que la caliza aflora por doquier. Tan sólo donde se acumula
la suficiente materia orgánica para permitir que germinen los hayucos o en grieta fisuras
donde los herbívoros no alcanzan los brotes tiernos, crecen hayas literalmente incrustadas en
la roca. Sus troncos retorcidos, sus raíces artificiosas, buscan dar estabilidad a árboles madu-
ros, crecidos, de gran porte, que parece que pueden desplomarse en cualquier momento. Nada
tienen que ver estas hayas, con las de fuste recto y limpio, que crecen buscando la preciada
luz del sol.
Las hayas generan en el sotobosque condiciones extremas. La vida bajo el dosel
arbóreo está limitada por la carencia de luz. Sólo algunas especies como los jacintos silvestres
florecen en primavera, antes de que las hojas de las hayas estén completamente desarrolla-
das.
El bosque potencia una importante comunidad faunística. En los huecos de los
troncos viejos, duermen los lirones. El trepador azul, el agateador, carboneros y herrerillos se
reparten troncos y ramas, mientras que corzos o jabalís aprovechan los nutritivos hayucos todo
el invierno.