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Los romanos se especializaron en la obtención de los metales acumulados en las

capas superficiales del terreno, para lo que emplearon distintas técnicas. Su ingenio, y el hábil

manejo de la fuerza del agua, posibilitó el movimiento de grandes cantidades de materiales

para extraer el oro, dejando con el paso de los tiempos, una huella imborrable en el paisaje y

en la cultura de todo el valle del Omaña.

La mayoría del oro explotado por Roma en el noroeste de Iberia, fue extraído de

yacimientos secundarios, en los que la cantidad de oro no es elevada, pero sí más accesible

que en las montañas, donde hubiera sido precisa una tecnología mucho más compleja.

Antes de iniciar cualquier explotación, se realizaba un sondeo, mediante un lavado

superficial basado en el bateo.

Para explotar la capa más superficial de conglomerados, donde la riqueza en oro

es superior, se empleó el sistema de surcos en arado o de peines. Consistía en trazar una serie

de surcos paralelos que confluían en un único surco colector. Un canal de explotación con-

duciría el agua necesaria hasta la cabecera de los surcos.

El agua circulaba por los surcos, arrastrando los materiales desmontados por los

mineros.

Sobre las crestas se iban acumulando los cantos más gruesos que eran retirados

manualmente, pues entorpecían el paso de la corriente. En el fondo de los surcos quedaba

el oro retenido entre otros materiales, y era extraído de allí mediante el bateo.