Inmerso en la
vega, el paisaje es ape-
nas perceptible. El río
Omaña vertebra el terri-
torio, haciéndose siempre
visible por la densa vege-
tación de ribera que ser-
pentea con su cauce diva-
gante. Ya mermado en su
energía, los depósitos de
cantos rodados son una
constante en su devenir.
Al ir ascendien-
do, el horizonte se despeja
y esa misma vega mani-
fiesta todo su esplendor. La gravera, que poco a poco va desmontando la ladera, distorsiona la quie-
tud del entorno, en el que además, llaman profundamente la atención las crecientes repoblaciones
de pinos.
Pronto el suelo se tapiza de líquenes, a los que acompaña una interesante comunidad
de matorral mediterráneo; jarillas y jaras, genistas, pero sobre todo tomillos y otras aromáticas
impregnan de olores el aire estival. Solo en la parte más alta de la loma, crecen algunos robles