En un tiempo no tan lejano, los pastores
subían cada verano a los frescos puertos de verano
de Luna, retornando hacia Extremadura y Castilla la
Nueva, cuando los primeros fríos del otoño asomaban
en las cumbres. Una forma de vida trashumante que,
sin duda ha calado hondo en todos los pueblos del
valle de Luna y que se conserva viva en la memoria
de los que fueron durante muchos años pastores y en
abundantes topónimos como El Cuarterón, en fiestas
o en la presencia casi permanente de perros mastines.
Las merinas se contaban en el viejo puente
romano, para desde allí, ya separados los rebaños,
dirigirse cada uno al puerto que le correspondiera.
Con las ovejas subían pastores y zagales, no faltando
nunca tampoco los perros, mastines para guardar el
rebaño y careas para ayudar al pastor en su manejo.
Los pastores pasaban el verano en el puerto, durmien-
do en chozos, de donde apenas bajaban más que para
aprovisionarse.
Poco a poco, esta forma de vida va desapa-
reciendo, manteniéndose unos rebaños que suben a la
montaña desde las más próximas tierras del Órbigo o
del Páramo leonés.
Muchas canciones populares
han recogido esta forma de vida.
“...dicen que los pastores
huelen a lana....
dicen que los pastores
huelen a sebo...
dicen que los pastores
huelen a campo...”