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67.

demanda de pasto es cada vez mayor; y en el segundo, que las

necesidades de alimento humano y la carencia de grano provo-

can una subida en el precio del cereal y en la renta de la tierra.

Para satisfacer esa demanda y compensar los precios la solu-

ción que en ese momento era más viable es la de roturar nuevas

tierras, lo que da lugar a que las superficies de pasto disminu-

yan, y por lo tanto se eleve su cotización. Pero, a pesar de esta

coyuntura aparentemente favorable para las hierbas montañe-

sas, los precios de los agostaderos se mantienen estables. Fue

entonces cuando los concejos, para revalorizar los pastos, acu-

dieron a la vía judicial. Es el caso, entre otros, de Villaseca de

Laciana, que se enfrenta a D. Juan de Sesma, el de Vega de los

Viejos contra la Cartuja del Paular, el de la mancomunidad de

Salientes, Salentinos y Valseco, o el que emprendió el

Monasterio de San Isidoro de León, contra el Monasterio del

Escorial, para revalorizar el precio de los puertos que arrenda-

ba en la localidad babiana de Pinos. Todos los pleitos fueron

muy dilatados en el tiempo y acabaron resolviéndose a favor de

los demandantes, que coinciden en apelar a la necesidad que

tienen de esas hierbas para el aumento y conservación de los

ganados autóctonos, única fórmula válida para que la expulsión

de los ganaderos revistiera cierta legalidad.

Por otro lado, un texto elaborado por la Colegiata de

San Isidoro nos ilustra de cuales fueron las causas subyacentes

en todo ese entramado y que retuvieron a los montañeses a la

hora de emprender litigios y deshaucios. Ese no es otro que la

dependencia económica que se generaba entre los concejos y

hombres de la montaña con respecto a los ganaderos. Esa

subordinación es la causa de que la cotización de las hierbas

permanezca estancada, ya que en el caso de que los concejos

intenten aumentar el precio de sus pastos la respuesta de los

ganaderos es prescindir de esa mano de obra.

Foto: Museo del Pastor