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De acuerdo con lo declarado a mediados de la centu-
ria dieciochesca, se puede comprobar que casi la totalidad de
los concejos presentan superávit, lo que demuestra que adecuan
perfectamente los gastos a los ingresos. A la hora de hacer fren-
te a los desembolsos, cada uno va a establecer su propio orden
de prioridades, lo que generará una gran heterogeneidad entre
concejos; pero la proporción de partidas que satisfacen está
ligada, como es lógico, a su capacidad adquisitiva. Así, por
ejemplo, en Pinos, el concejo puede permitirse sufragar una
gama mucho más amplia de gastos, como el abasto o la compra
de pan para los vecinos. Gastos a los que en ningún momento
pueden hacer frente otros concejos con ingresos más modestos,
y que anualmente se verán obligados a recurrir a los repartos
vecinales para satisfacer las contribuciones.
Otra forma de repercusión de la trashumancia en los
concejos de la montaña León, se produce a nivel individual, y
es la que está relacionada con la demanda de mano de obra por
parte de las cabañas. Es el caso de los pastores, muy abundan-
tes en cualquiera de las localidades montañesas, ya sean tem-
poreros, es decir, aquellos que solamente eran contratados
durante los meses en que el ganado permanecía en los puertos,
o bien los pastores con trabajo estable dentro de las cabañas y
que cada año recorrían el mismo circuito que las ovejas; y el de
los transportistas, como es el caso de los vecinos de Quintanilla
de Babia, que, en 1802, se comprometen con el mayoral del
Excelentísimo Señor Príncipe de la Paz, para acarrear desde la
ciudad de León el grano que necesite para su consumo, en el
próximo agostadero, la citada cabaña.
Hasta aquí hemos comprobado cómo la incidencia de
la trashumancia en la montaña de León es claramente positiva,
pero en el momento que acudimos a otro tipo de documenta-
ción, la jurídica, comprobamos que la lucha entre ganaderos y
concejos fue muy frecuente. Esa conflictividad tiene un doble
origen: la que se generaba cuando los ganados autóctonos
entraban en los puertos que se arrendaban a los ganados trashu-
mantes, y a la inversa, cuando las ovejas salían de esos reduc-
tos; y en segundo lugar, aquella otra que dimana del precio de
las hierbas, y cuyas repercusiones serán verdaderamente nefas-
tas para el concejo. Centrándonos en esta última, los antagonis-
mos se desarrollan a lo largo del siglo XVIII, momento en el
que tiene lugar un aumento del ganado trashumante y un incre-
mento poblacional, lo que significa, en el primer caso, que la