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castillos, fortalezas
y torres
todos los leoneses nos resulta familiar la silueta de un
castillo o de una torre perfilando el horizonte de nuestros cam-
pos. Fortalezas que, a menudo, la tradición popular adscribe a
los moros, sitas en pagos de nombres sugerentes y que recuer-
dan su primitiva función.
Los recintos defensivos responden a una necesidad de
control del territorio al mismo tiempo que de protección del
mismo, aunque esta segunda labor no siempre fuera tal y como
hoy la imaginamos pues, en el hipotético caso de un asedio, no
siempre se permitía a la población circundante buscar el ampa-
ro de estos muros protectores si con ello estorbaban el desen-
volvimiento militar de la guarnición.
En algunas de las edificaciones de las que nos ocupa-
remos, observamos que éstas se asientan sobre los restos de
otras, de mayor o menor tamaño, vinculadas cronológicamente
a etapas anteriores al medievo, caso de Barrios de Luna, por
ejemplo. Lo cierto es que todas ellas suelen obedecer a unos
patrones de comportamiento constructivo similares. Así, se
emplazan en lugares elevados que permitan el dominio visual
de un valle, de un camino, o de las tierras pertenecientes a un
señor. Además, se busca, en la medida de lo posible, aumentar
su capacidad defensiva, como máquina de guerra que original-
mente es, ya sea excavando parte de su estructura en la roca,
rodeando la torre del homenaje de fuertes muros, comparti-
mentando el castillo, etc.
Uno de los factores claves para valorar cualquier for-
taleza es su posibilidad real de mantener a sus ocupantes en
caso de cerco. Por ello, además de un espacio destinado a las
provisiones, estos recintos
solían disponer de un aljibe o
depósito de agua que recogía la
lluvia, que se almacenaba sub-
terráneamente en una edifica-
ción abovedada y recubierta de
pintura impermeabilizadora. Si
el río pasa cerca del lugar
donde se eleva el castillo, a
veces se abre un acceso desde
A
Hueste Real. Miniatura Bajomedieval