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Gracias a la documentación sabemos que, a lo largo
del s. X, sirvió como custodio del tesoro de los reyes de León.
Por ello, su guarda se confiaba a personajes cercanos por su
lealtad a la corona. Durante los ataques de Almanzor, algunos
condes y magnates resentidos con el monarca, Vermudo II, se
alzan desde esta y otras fortalezas contra el príncipe. Un diplo-
ma nos recuerda esta desafortunada hazaña nobiliaria: “sacaron
al rey de esta tierra Gonzalo Vermúdez, Pelayo Rodríguez y
Munio Fernández”. Aprovechando esta ausencia forzosa, se
apoderaron del tesoro y lo dividieron a su gusto, participando
en el despojo de los bienes del monarca otros nobles. Sofocada
la rebelión antes del 993, las posesiones de Gonzalo Vermúdez,
antiguo tenente de Luna, se confiscan falleciendo sin recobrar-
las.
Pero no es esta la historia más célebre de las acaecidas
entre estos muros. Seguramente a la memoria de todos acuden
los versos de un Cantar de Gesta en el que se relatan las haza-
ñas de un caballero leonés, hijo de Sancho Díaz, conde de
Saldaña, y de una infanta. Nos referimos a Bernardo del Carpio
que, según la leyenda, nació de estos amores prohibidos. El
monarca, Don Alfonso, supuso que la princesa había sido des-
honrada a manos de Don Sancho, por lo que exorbitó a éste
encarcelándole de por vida en Luna, mientras que la infanta era
recluida en un monasterio y el fruto de su unión criado en la
corte. Llegado a la edad adulta, Bernardo reclama al soberano
la redención de su padre en premio a sus esfuerzos bélicos y a
la gloria constante que trae a las armas leonesas. Por toda con-
testación recibe promesas vanas. De nada sirve que haya venci-
do al propio paladín de Carlomagno, Roldán, en el Paso de
Roncesvalles, o que los moros le teman más que a la muerte.
Una y otra vez el silencio corona su petición. Cansado de este
juego sin sentido Bernardo se extraña de su patria y se alza con-
tra el soberano. Temeroso, Don Alfonso ordena que el prisione-
ro de Luna sea liberado. Pero la manda regia llega tarde y sólo
puede mostrar un cadáver al héroe, que abandona León para
siempre. Una hermosa leyenda que mereció ser recogida en
algunas de las principales crónicas del medievo hispano.
Hoy sólo escasos paramentos conservan la memoria
de este romance y de las campañas de Almanzor, de la traición
de su gobernador, Gonzalo Vermúdez, y del posterior señorío
de los Quiñones, la principal casa noble leonesa bajomedieval
que, en pago a sus servicios a la corona, recibió la dignidad
condal sobre las tierras que define el río Luna y en las que se
yergue este castillo señero en la historia leonesa.