38.
EL CASTILLO DE ALBA
Mencionado en la Crónica del obispo Sampiro (s. X)
al igual que Luna y Gordón, se localiza a kilómetro y medio al
noroeste de Llanos de Alba, en un pago que recibe el significa-
tivo nombre de “El Castillo” o “Peña del Castillo”, a poco más
de 1.300 metros de altitud. Los escasos restos de la muralla, del
foso y del recinto interior que han conseguido sobrevivir a los
siglos nos permiten reconstruir, aunque no sin cierta dosis de
imaginación, la estructura de aquella fortaleza primitiva del rey
Magno. Queremos ahora llamar la atención del lector sobre el
excelente control visual que se tiene desde el mismo que nos
permite dominar el valle a nuestros pies y los caminos que,
desde la Edad Media, lo atraviesan. Si su primera mención his-
tórica le vincula a este monarca asturiano, la segunda también
nos devuelve su memoria. Según otro cronista medieval, Lucas
de Tuy, a finales del reinado de Alfonso estalló una rebelión en
el seno de la propia familiar del príncipe encabezada por su pri-
mogénito, García, y alentada por su esposa la reina Jimena
quien “bastecio estos castiellos en tierra de León: Alva,
Gordón, Arbolio et Luna, et diolos a su fijo el infant don Garcia
porque guerrerase dellos al rey don Alfonso”. Sea o no cierta
esta noticia, en todo caso nos permite suponer la importancia
estratégica que jugaron estos centros durante la etapa vital del
monarca y a lo largo de la historia del Reino de León.
Cabecera de una importante mandación de montaña
(circunscripción administrativa y militar), su pasado aparece
ligado a la historia del gran protagonista de finales del s. X en
la Península: Muhammad ibn Abu Amir, Almanzor, hayib de
Córdoba, azote de los cristianos durante el reinado de Vermudo
II (982/985-999). No es éste el momento ni el lugar de expli-
car las razones que llevaron a diversos nobles cristianos, como
el conde de Saldaña, a participar en las campañas del andalusí
en calidad de aliado y a las que nos referiremos más detallada-
mente a propósito de Luna. Pero sí creemos interesante señalar
que, fruto de ellas, León cayó en sus manos, al igual que otras
plazas fuertes y que hasta la misma Astorga sufrió el asedio de
las tropas amiríes. Tan sólo esta fortaleza de Alba y las de Luna
y Gordón aguantaron la embestida de las tropas musulmanas
impidiendo el paso a Asturias, hecho que nos revela su clara
función militar y la eficacia de su emplazamiento. Pero si sus
muros rechazaron al primer ministro de Al-Andalus, no ocurrió
lo mismo cuando Alfonso VIII de Castilla, en 1197, durante una
de sus campañas de agresión armada al Reino de León, se apo-