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sonoro con la audición de una nana entonada por su madre.
Poco más adelante, aprendía a reírse, a reconocer su esquema
corporal e iniciaba su desarrollo psicomotor jugando al son de
un amplio abanico de cantos infantiles que primero escuchaba
y con posterioridad interpretaba a dúo o bajo la tutela de sus
padres. Entre ellos, quién no recuerda el “
a se-rrín, a se-rrán
”,
“
los cinco lobitos
”, “
las cabras de Juan Ultreiro
”, o el “
pin-
pineja-el rabo-la coneja...
” con pequeños pellizcos, o el canto-
juego con los dedos que reza: “
este puso un huevo...
”.
El desarrollo social venía después, y con él, un nuevo
repertorio para escuchar con otros niños los
cantos de juego
colectivo
, con sus modalidades de
corros
,
saltos
, etc. Con el
tiempo, el imberbe crecía e, igualmente, en cada estadio de su
desarrollo y para cada estación o momento del año, encontraba
el paralelismo de un nuevo corpus musical, llevándole como
quien no quiere la cosa, desde las melodías y letras del juego
adolescente hasta el escarceo de las propias de la edad adulta,
tanto si se trataba de un varón como de una muchacha.
Alcanzado ese estadio de la vida, ambos escuchaban o partici-
paban de un amplio repertorio musical integrado por los
cantos
de “
mozos
y de
mozas
”, que intercambian de forma dialogada
el pícaro contenido de sus coplas. A él se unen los nostálgicos
cantos de “
quintos
”, que versan sobre la incertidumbre de los
que irán a la guerra en un próximo futuro o simplemente se ale-
jarán “a servir al Rey” a exóticos lugares; los cantos románticos
e insinuantes de “
ronda
”, así como los cantares llamados de
“
bodega
”, socarrones y hasta en ocasiones obscenos en los con-
tenidos de sus coplas, encontrando dichos jóvenes en todo este
glosario, un género específico para cada actividad de lo coti-
diano.
Antes de la eclosión sonora de los modernos medios
de comunicación, las gentes de esta montaña rodeaban de con-
Foto: Pandereteros. Romería de Pandorado