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183.

sonoro con la audición de una nana entonada por su madre.

Poco más adelante, aprendía a reírse, a reconocer su esquema

corporal e iniciaba su desarrollo psicomotor jugando al son de

un amplio abanico de cantos infantiles que primero escuchaba

y con posterioridad interpretaba a dúo o bajo la tutela de sus

padres. Entre ellos, quién no recuerda el “

a se-rrín, a se-rrán

”,

los cinco lobitos

”, “

las cabras de Juan Ultreiro

”, o el “

pin-

pineja-el rabo-la coneja...

” con pequeños pellizcos, o el canto-

juego con los dedos que reza: “

este puso un huevo...

”.

El desarrollo social venía después, y con él, un nuevo

repertorio para escuchar con otros niños los

cantos de juego

colectivo

, con sus modalidades de

corros

,

saltos

, etc. Con el

tiempo, el imberbe crecía e, igualmente, en cada estadio de su

desarrollo y para cada estación o momento del año, encontraba

el paralelismo de un nuevo corpus musical, llevándole como

quien no quiere la cosa, desde las melodías y letras del juego

adolescente hasta el escarceo de las propias de la edad adulta,

tanto si se trataba de un varón como de una muchacha.

Alcanzado ese estadio de la vida, ambos escuchaban o partici-

paban de un amplio repertorio musical integrado por los

cantos

de “

mozos

y de

mozas

”, que intercambian de forma dialogada

el pícaro contenido de sus coplas. A él se unen los nostálgicos

cantos de “

quintos

”, que versan sobre la incertidumbre de los

que irán a la guerra en un próximo futuro o simplemente se ale-

jarán “a servir al Rey” a exóticos lugares; los cantos románticos

e insinuantes de “

ronda

”, así como los cantares llamados de

bodega

”, socarrones y hasta en ocasiones obscenos en los con-

tenidos de sus coplas, encontrando dichos jóvenes en todo este

glosario, un género específico para cada actividad de lo coti-

diano.

Antes de la eclosión sonora de los modernos medios

de comunicación, las gentes de esta montaña rodeaban de con-

Foto: Pandereteros. Romería de Pandorado