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dirigen a la iglesia. El otro acto público en el que, incluso se
puede participar, es la
carrera de la rosca
, que en Babia estaba
hecha de pan de trigo con leche. Es un regalo de la madrina por
el que pugna la juventud en competición pedestre, costumbre
que completa por la tarde, el baile y el festejo nupcial.
Las bodas siempre son motivo de algazara, a veces lle-
vadas al extremo con las
cencerradas
-las últimas de las que
tenemos conocimiento, se celebraron en Huergas de Babia en
1986-, susceptibles de reproducirse si la mocedad tiene el
humor suficiente. Fue broma que se gastaba sin piedad al novio
forastero que, por casarse con una moza del pueblo, debían
pagar el
piso
o
patén
al resto de los mozos, estipendio obligado
por llevarse una mujer de su grupo y reducir sus probabilidades
de emparejamiento. Si esta invitación no se realiza, la vengan-
za es la
cencerrada
, que es una imponente murga de cencerros
y objetos ruidosos que se procura dar la noche de bodas a los
contrayentes.
Escena tradicional de estas montañas es
la siega
: pri-
mero de la hierba y después de los cereales. En el pasado, una
realizada a
gadaño/a/u
(guadaña), y otra con
foz/fouz
(hoz).
Hoy, aquel ubérrimo esfuerzo realizado por toda la familia, se
ha sustituido por la tracción mecánica, de modo que, tan sólo
puede disfrutarse del aroma a heno con el que se impregna el
aire en el mes de junio, en las proximidades del praderío o de
los pajares una vez almacenado. En cuanto al poco trigo y al
mucho centeno que aquí se sembraba, ya es recuerdo, de modo
que los aterrazamientos o bancales de estas laderas están actual-
mente invadidos por la retama del monte. Asimismo, los
medios mecánicos han mejorado la vida pero también con ellos
se ha producido la desaparición de faenas agrícolas, como la
maja
(trilla) a base de
mayal
, del sentido comunitario en la
siega de los cotos o prados vecinales, del folklore que derivaba
de tales ocupaciones -cantos de
maja
-, del
ramo
que se coloca-
ba en el último carro del acarreo del forraje que había de ali-
mentar a los animales durante el prolongado invierno, y del
comensalismo que todos realizaban al finalizar esta imprescin-
dible labor.
cultura pastoril
Si la siega es trabajo de temporada, el cuidado de los
animales era una constante a lo largo del año. Y ésta sí que es
una escena presente y permanente, pues la base económica de