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estos valles es la ganadería, al margen de las explotaciones
mineras que existen en la comarca de Laciana y en algunos
lugares de Luna (La Magdalena), Valdesamario y de los valles
paralelos del Bernesga y del Torío (La Robla, Ciñera, Santa
Lucía de Gordón, La Pola de Gordón, Matallana de Torío, etc.).
El ganado, pues, es el argumento de la economía tradicional de
esta montaña. Una cabaña compuesta por caballar, vacuno y
ovino.
Las yeguadas babianas siempre tuvieron buena fama
por la calidad de sus ejemplares. En el presente se centra en la
cría de la raza hispano-bretona que ha dado lugar en San
Emiliano a concursos de gran afluencia. Tanto éstas como el
ganado vacuno son ganados estantes, es decir, permanecen en
el mismo lugar durante todo el año, mientras que el ganado
ovino forma parte de la explotación trashumante. En función de
ello, se ha distribuido el terrazgo, creándose zonas de prados en
los fondos del valle, dedicados a la siega, en los que se suceden
pequeñas paredes o
murias
de piedra trabadas en seco, que divi-
den una propiedad minifundista y extremadamente parcelada.
Pero por encima de esta cota, el pasturaje comunal es aprove-
chado por los ganados de la vecindad según el sistema de
vece -
ra,
regulado como ya vimos anteriormente, por las ordenanzas.
Estos pastos de altura se dividen en
puertos
que han sido alqui-
lados por los concejos -y ahora por las Juntas Vecinales- a las
distintas cabañas de ganado merino procedente de
Extremadura, que pasaban el estío -desde junio hasta san
Miguel de septiembre- en las amplias majadas que poseen las
montañas de Omaña, Babia, Luna y Laciana. En ellas se levan-
taron una sucesión de
chozos pastoriles
con sus correspon-
dientes apriscos, que forman parte de ese otro patrimonio que
supone la arquitectura popular. Chozos circulares de piedra con
una cubierta cónica protegida por escoba y tapines, que eran
remozados todos los años por el concejo, antes de la llegada de
los pastores. A cambio, el
mayoral
de la cabaña organizaba una
machorrada
o
corderada
en la que participaban todos los veci-
nos, consistente en una comida compuesta de
chanfaina
y
cal -
dereta
de cordero. Con los beneficios del arriendo de los puer-
tos se pagaban las fiestas, el sueldo del maestro, del cirujano,
los arreglos de los caminos y demás gastos del común.
Esta tradición pastoril, que supone uno de los aspectos
más significativos de la cultura tradicional leonesa, implica
cuestiones de orden social, laboral y cotidiano, convertidas en