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grinos, y se hacía sonar su campana de día y de noche y se
encendían grandes hogueras para orientarlos cuando las condi-
ciones del tiempo así lo requerían. Igualmente, si las nieves
sepultaban la vía, los vecinos del concejo espalaban y cavaban
túneles para facilitar el tránsito. En los últimos años eran utili-
zadas sus dependencias como establo, aunque se mantenía la
obligación alojar en los pajares a los pobres y peregrinos que lo
solicitasen, de lo que se cuidaba Francisco Álvarez, vecino de
Arbas, que allí tuvo mesón y fonda.
C o m o
h e m o s
podido ver
a lo largo
de las líne-
as prece-
d e n t e s ,
n u e s t r a s
c oma r c a s
han
sido
d u r a n t e
siglos esce-
nario de una de las manifestaciones más interesantes y caracte-
rísticas de la espiritualidad europea, la peregrinación a Oviedo
y Compostela. Un trasiego secular que, a pesar de las gigantes-
cas transformaciones a que han empujado el progreso y la
industrialización, no podía menos que dejar su huella en las
costumbres y creencias de los comarcanos, siendo todavía hoy
perceptible en la difusión de advocaciones y cultos estrecha-
mente vinculados a las peregrinaciones, como la Magdalena,
San Martín o el propio Santiago; pero igualmente en el especial
arraigo de la hospitalidad en las gentes de todos estos valles,
que hasta no ha muchos años mantenían vigentes el palo de los
pobres, el transporte de los enfermos de unos hospitales a otros,
o, incluso, algunas de las fundaciones hospitalarias que tanto
proliferaron durante las edades Media y Moderna. Y quedan los
monumentos, quizá no tantos como en otras zonas, pero sí nota-
bles o, cuando menos, curiosos. Ahí están, sino, para demos-
trarlo, la magnífica colegiata de Santa María de Arbas; la ermi-
ta del Buen Suceso, Monumento Nacional; la de Celada, tan
unida a la calzada y el peregrinaje; los puentes, los santuarios y
tantos otros elementos dispersos por las aldeas del camino que
guardan la memoria de un fenómeno religioso y cultural que
hoy personifica de nuevo la unidad europea.