Dominados cántabros y astures tras una cruenta guerra que se prolongó más
de una década, la explotación de los valiosos recursos metalíferos del noroeste
peninsular garantizó a Roma el aporte de oro necesario para iniciar la reforma
del sistema monetario impulsada por Augusto. El ejército controlaba las minas,
diseminadas por los lugares más recónditos del territorio, en las que además de
esclavos, trabajaba un importante contingente de población indígena. Se romani-
zaron así muchos castros, dado que para el funcionamiento de las explotaciones,
era necesario el aporte continuo de alimentos, herramientas, etc., procedentes en
su gran mayoría de los mismos.
Fueron varios los sistemas de explotación que los romanos emplearon en
la zona. Además de algunas galerías encontradas en el valle de Fasgar o en las
proximidades de Trascastro, la cuenca del río Omaña ofrece multitud de pequeñas
explotaciones, distantes en magnitud de las grandes minas de Las Médulas o La
Leitosa y escasamente estudiadas, en las que, en función de la profundidad a la
que aparece el oro, se emplearon distintas técnicas de explotación. Y tan impor-
tante como esas técnicas, resulta conocer la compleja infraestructura, sobre todo
hidráulica, necesaria para garantizar la extracción. Multitud de canales, muchas
veces excavados en la roca, surcan las laderas a cota, captando agua de arroyos
y manantiales y transportándola hasta el frente de explotación; depósitos y bal-
sas instalados en puntos estratégicos, permitían la regulación del agua según las
necesidades de cada mina. Buen ejemplo de ello es la Presa Antigua, el canal que
desde Peña Cefera abastecía la explotación de Las Fornias, entre Villaverde de
28.
Peines o zanjas canal