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El Desfiladero de los Calderones
Justo a la salida del pueblo en dirección al desfiladero, llaman la atención unas
cárcavas producidas por la intensa erosión de las lutitas de la Formación Fueyo.
Detalle de la estrechez de la garganta.
Pliegues en
las calizas de
la Formación
Barcaliente.
Vista desde el interior de la cueva de las Palomas.
gracias a la multitud de pliegues que ofrece el desfila-
dero y que, por su aspecto, hacen pensar que las rocas
se comportaron como la arcilla ante aquellas inmensas
fuerzas. También es posible descubrir cuáles han sido
los procesos que han dado origen al desfiladero.
Las distintas formaciones que aquí afloran son muy
accesibles, ya que tanto la carretera que se dirige al
pueblo como el sendero que conduce a la garganta las
atraviesan, tal y como lo hace el arroyo. Antes de llegar
al caserío, la carretera serpentea por una pequeña hoz
tallada en las calizas de la Formación Santa Lucía, da-
tadas en el Devónico. El pueblo se asienta sobre la For-
mación Nocedo y, una vez emprendido el camino hacia
la garganta, aparecen las formaciones Fueyo y Ermita.
Todas ellas se formaron en el Devónico y constan de lu-
titas, que en ocasiones aparecen muy erosionadas como
consecuencia de la deforestación y del excesivo pasto-
reo; y de areniscas, que originan escarpes y relieves muy
abruptos, como la peña “El Serrón”, inconfundible junto
a la vereda por la vistosa cubierta de líquenes de color
amarillento que la reviste.
A medida que se avanza río arriba, aparecen nuevas
formaciones, en este caso del periodo Carbonífero. Así,
se suceden las lutitas negras de la Formación Vegamián,
las calizas rojizas de la Formación Alba y las areniscas y
lutitas de la Formación Olleros, todas ellas con aspectos
tan dispares que son fáciles de reconocer, incluso para
ojos poco entrenados.
Pronto se alcanza la Formación protagonista del re-
corrido, Barcaliente, datada en el Carbonífero. Consta
de calizas grises donde los estratos resultan muy visi-
bles, por lo que se dice que son “tableadas”. En ellas
se ha labrado el desfiladero propiamente dicho, como
resultado de la acción combinada del poder erosivo
del arroyo y de los procesos kársticos que disuelven la
caliza, a los que hay que sumar la acción humana, que
amplió el fondo de la garganta para facilitar el tránsito
por él.
Curiosamente, el arroyo no siempre discurre por
el desfiladero. A veces está, y luego desaparece, para
reaparecer unos metros más allá. Solo fluye de forma
continua tras el deshielo o lluvias intensas; el resto del
año lo hace de forma subterránea, por el interior de las
calizas. Así, tras un tramo por el subsuelo, sale de nue-
vo a la superficie a la altura de la fuente del Manadero,
cuyo nombre resulta ya bastante descriptivo.
La capacidad de disolución del agua se pone de
manifiesto a lo largo de toda la hoz en la existencia de
numerosas cavidades y cuevas, como la cueva de las
Palomas, donde se venera una imagen de la Virgen del
Manadero. También se reconocen surcos y canales ver-
ticales que recorren las paredes calizas y que tienen un
origen similar.
Superada la mitad del desfiladero, se identifican en
las paredes los efectos que las enormes fuerzas orogé-
nicas tuvieron sobre las rocas, que las deformaron, ple-
garon y replegaron. Durante las orogenias se produjeron
pliegues a gran escala, como el sinclinal de Alba; pero
también otros
más pequeños,
que afectaron
sobre todo a
las rocas situa-
das más cerca
del eje del sin-
clinal, donde la
compresión fue
mucho mayor.
Así, los estra-
tos aparecen
muy replega-
dos, generan-
do formas muy
vistosas.