37.
che o sardinas, una vez cumplidos los cometidos asignados para bene -
ficio del común.
En las fiestas patronales siempre mejoraba los menús: carnes de cor -
dero, ternera o aves de corral, se guisaban en cazuelas y calderetas.
Los días previos, se hornaba el pan en el horno que disponía cada
casa, y se hacían pastas, rosquillas, hojaldres y brazos de gitano, que
servían para cerrar los ágapes, acompañados de licores. Lo mismo se
consumía en las bodas, en las que, además, la madrina ofrecía la
rosca
o
bollu
, hecho de pan de trigo y leche, que corrían los mozos por pare -
jas o individualmente, en competición tradicional generalizada
en la provincia.
Asimismo, ciertos dulces
estaban vinculadas a deter -
minadas fiestas, de tal modo
que los
fisuelos
siempre se
cenaban en las
salgas
, jolgorio
que se organizaba en las
brañas
lacianiegas, donde no faltaba el
baile de la
garrucha
al son del pan -
dero; las orejas serán típicas del car -
naval y las flores, de la Cuaresma.
Cuando terminaban los
filanderos
, una vez que se iniciaban las faenas
del campo en primavera, las mujeres preparaban la
despedida
. En el
valle del Torío, tal como nos cuenta Matías Díez Alonso en su trabajo
Las tierras del Torío
,
“las mujeres no traían útiles de trabajo en su cesti-
lla, sino nueces, avellanas, rosquillas caseras, buñuelos, frisuelos y
amostajas. El vino corría por cuenta de la casa”
, donde se había cele -
brado el
filandón
a lo largo del invierno.
Costumbre muy arraigada en relación con la hospitalidad, siempre
fue la acogida y agasajo del viajero con algo de comer y beber, bien
fuesen grosuras del
sanmartino
,
rechas
con manteca (pan con mante -
quilla),
canadas
de leche fresca o, en la inverna, un buen
fervido
de
vino y miel para calentar el cuerpo. Ese sentido social se mantuvo
igualmente, en la obligada atención, por turno, que debían recibir los
pobres, cuestión que se resolvía con comida. El sentido solidario tam -