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32.

La elaboración del picadillo para los chorizos, requiere su mano,

esto es, el tino para equilibrar la proporción de los componentes que

constituirán la mezcla de carne y grasa, y el adobo. Según las cantida -

des y los gustos, así tendrán un sabor u otro, al que contribuirá la fase

de ahumado, que es, en definitiva, la del curado para su conservación,

algo que también afecta a los lomos, costillas, espinazo, a semejanza

del salado de los jamones y del tocino.

Las cocinas de humo, entonces, recibirán en sus varales o

garabi-

tos

cada una de estas piezas, después de un largo proceso repleto de

matices y modos de hacer heredados de los predecesores, convertidos

en fórmulas que entran a formar parte del orgullo de hacer mejor

“matanza” que el resto.

De esta manera, la carne de cerdo ha formado intensamente

parte de la dieta cárnica cotidiana, sobre todo en el cocido.

El aprovechamiento se extremaba, incluso, haciendo de la vejiga, balo -

nes para divertimento de la chiquillada, o empleando la grasa de la

verga del animal, en el engrase de los correajes de los aperos.

Del manto o capa de grasa, se obtenía la manteca, susceptible

de ser derretida para obtener el “unto” que habrá de utilizarse como

condimento, a falta de aceite, y que hará de las sopas de ajo, por ejem -

plo, una delicia gastronómica. Con los restos de esta operación de

derretido, conocida en estos pueblos como

derrita

, aún se preparaban

los

chicharrones

, de los que en otro apartado hablaremos más deteni -

damente.

Será el exhausto final de este mamífero bendecido el día de san

Antón, cuyas denominaciones son tan variadas como su utilidad, a

saber: cerdo, gurrín, gorrino, gocho, gochu, cochu, puerco, porcallón,

marrano, cochino, verrón, chancho...