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133.

escenas tradicionales

Aunque no permanecen los modos de aquel vivir des-

crito en

Relato de Babia

por Luis Mateo Diez después de escu-

char, entre otros, a Adelaida Valero, vecina de La Cueta, exis-

ten imágenes y una memoria pasiva en las gentes, dispuesta a

activarse a la mínima provocación, para evocarnos ese otro

tiempo no tan lejano.

Como dice Adelaida, en la dureza del invierno había

que estar prevenidos “

con cosas de susistencia para comer, y

luego bastante para el ganao

”. La escena de la invernía, larga

y penosa, traía consigo ese frío montañés que aún en las gran-

des nevadas “

forma beirus nun teitus que chegan a xiuntarse

cuna nieve del suelu

”. Pero también días de calma después de

ventiscas y cierzos, con la posibilidad de arrimarse a un

suli -

cheiru

en la vera de algún hastial del caserío, para recibir un

poco el calor del tibio sol invernal. Son escenas de contrapunto

que vivifican el recuerdo de las gentes, como sucede al citado

Guzmán Álvarez, del que tomamos parcialmente la añeja des-

cripción de los hielos colgando desde el alero, o de aquellos que

de alguna manera han vivido o conocen esta tierra.

La invernada suponía un obligado cobijo al amor de

los lares, acomodadas las gentes en lustrosos escaños bruñidos

por el uso de generaciones, puesta la vista en el fuego sobre el

que pendían las antiguas

pregancias

sujetas con el

preguleiru

,

y en las que se hacían colgar las calderetas. Hoy, esos hogares

son el postergado rincón de las antiguas casas, porque las mejo-

ras en su habitabilidad trajeron la cocina económica o “bilbaí-

na” y posteriormente las calefacciones. En este recodo princi-

pal de la vivienda se celebraban los

filandones

(hilandones) a

partir de noviembre. Estas reuniones de vecinos, convocadas

después de la cena en determinadas casas, han sido caracterís-

ticas de la provincia leonesa, lo mismo que la fiesta del

filan -

dero

, en la que se comían nueces, avellanas,

frisuelos, rosqui -

llas

..., dando por terminado la diaria y nocturnal tertulia, una

vez que comenzaban las faenas del campo en los albores de la

primavera. Si este “

ajuntamiento

” era temporal, había otro lla-

mado

caleichu

(calecho o serano), que durante todo el año,

excepto en época de siega, los mozos y las mozas realizaban

antes de cenar. Era ese momento en el que el día suele adquirir

un pulso sereno con las últimas luces vespertinas, una vez que

el opúsculo comienza a deslizarse hasta desaparecer bajo el

cielo de la noche. Cualquiera de las dos opciones es posible en