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escenas tradicionales
Aunque no permanecen los modos de aquel vivir des-
crito en
Relato de Babia
por Luis Mateo Diez después de escu-
char, entre otros, a Adelaida Valero, vecina de La Cueta, exis-
ten imágenes y una memoria pasiva en las gentes, dispuesta a
activarse a la mínima provocación, para evocarnos ese otro
tiempo no tan lejano.
Como dice Adelaida, en la dureza del invierno había
que estar prevenidos “
con cosas de susistencia para comer, y
luego bastante para el ganao
”. La escena de la invernía, larga
y penosa, traía consigo ese frío montañés que aún en las gran-
des nevadas “
forma beirus nun teitus que chegan a xiuntarse
cuna nieve del suelu
”. Pero también días de calma después de
ventiscas y cierzos, con la posibilidad de arrimarse a un
suli -
cheiru
en la vera de algún hastial del caserío, para recibir un
poco el calor del tibio sol invernal. Son escenas de contrapunto
que vivifican el recuerdo de las gentes, como sucede al citado
Guzmán Álvarez, del que tomamos parcialmente la añeja des-
cripción de los hielos colgando desde el alero, o de aquellos que
de alguna manera han vivido o conocen esta tierra.
La invernada suponía un obligado cobijo al amor de
los lares, acomodadas las gentes en lustrosos escaños bruñidos
por el uso de generaciones, puesta la vista en el fuego sobre el
que pendían las antiguas
pregancias
sujetas con el
preguleiru
,
y en las que se hacían colgar las calderetas. Hoy, esos hogares
son el postergado rincón de las antiguas casas, porque las mejo-
ras en su habitabilidad trajeron la cocina económica o “bilbaí-
na” y posteriormente las calefacciones. En este recodo princi-
pal de la vivienda se celebraban los
filandones
(hilandones) a
partir de noviembre. Estas reuniones de vecinos, convocadas
después de la cena en determinadas casas, han sido caracterís-
ticas de la provincia leonesa, lo mismo que la fiesta del
filan -
dero
, en la que se comían nueces, avellanas,
frisuelos, rosqui -
llas
..., dando por terminado la diaria y nocturnal tertulia, una
vez que comenzaban las faenas del campo en los albores de la
primavera. Si este “
ajuntamiento
” era temporal, había otro lla-
mado
caleichu
(calecho o serano), que durante todo el año,
excepto en época de siega, los mozos y las mozas realizaban
antes de cenar. Era ese momento en el que el día suele adquirir
un pulso sereno con las últimas luces vespertinas, una vez que
el opúsculo comienza a deslizarse hasta desaparecer bajo el
cielo de la noche. Cualquiera de las dos opciones es posible en